Éxito y desencanto. La mujer que soñaba ser



      

 

      Por Roxana Heise


     A menos de un suspiro del término de año, cuando todos parecen correr tras una estrella fugaz, sin tener claro lo que buscan, recuerdo a la mujer que soñaba llegar a ser. A mi mente vienen las imágenes de infancia, los cuentos de hadas, los arquetipos con que nos encandila la sociedad, algunas historias de éxito, que hoy saben a champán burbujeante en noche de año nuevo, con la magia que esconde un río subterráneo de experiencias diversas, avanzando a la par, con las metas cumplidas. Hoy por fin tengo claro que el tiempo es breve y la vida demasiado corta para perderla en sandeces o amargura innecesaria. El éxito, si bien existe, está lejos de comenzar y terminar en tus planes, porque aun siendo el mejor profesional, pese a una exitosa relación de pareja, unos lindos niños y todo lo que imagines, resulta inevitable que tarde o temprano te estrelles contra el piso de la realidad, hasta verte reflejado en ella. Para nadie es secreto, que la felicidad con la que soñamos alguna vez, no existe. A cambio, vamos acumulando momentos imborrables que atesoramos. Tampoco resulta desconocido que en el camino de la vida, vamos perdiendo a quienes amamos; nuestro árbol se va desnudando de aquellas hojas que parecían darle forma. A veces debemos luchar contra la enfermedad, la mala salud de nuestros hijos, con la falta de voluntad de los vecinos, familiares o compañeros de trabajo. Todo eso, sumado a las desilusiones amorosas, a las oportunidades que no logramos concretar y vemos con desencanto, como son aprovechadas muchas veces por gente con la mitad del talento nuestro, volviendo aún más difícil el hecho de existir. Lo cierto es que todo ello, suele echar por tierra, la imagen idílica de quienes soñamos ser alguna vez, por algo muy simple: los sueños no siempre dependen de nosotros, tienen que ver con circunstancias, con el actuar de los demás y una serie de otros imponderables. Pero volviendo al recuerdo de la mujer que deseaba ser; veo finalmente cierta coherencia, que me hace sentir contenta y agradecida, pese a los sueños incumplidos. Finalmente, madurar me ha permitido, como nos permite a todos, desarrollar cierta generosidad, nos obliga a mirarnos compasivamente, valorando nuestros esfuerzos, con el mismo amor con que valoramos a otros, sabiendo que hemos mojado la camiseta para alcanzar un sueño, un sueño que nos representaba y nos permitía ser mejores, o simplemente implicaba una vida con las comodidades y la dignidad que merece todo ser humano.  

    En esta época del año, de recuentos, de balances económicos, de pérdidas y ganancias, a menudo nos juzgamos a nosotros mismos, intentando encajar en ese concepto manoseado de éxito. No olvidemos que la generosidad parte por casa, abandonemos la costumbre de juzgarnos con dureza y demos gracias por las luchas, por los años, por esos finales infelices que nos hicieron llorar, por esas historias tristes y duras que nos esculpieron, hasta convertirnos en las personas que siempre debimos ser.

 

 

 

 

 

 

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