Tu recuerdo más allá de la muerte

 


Por Roxana Heise


De vez en cuando se presenta tu recuerdo, como una especie de llovizna tibia que empapa mi piel adolorida por las circunstancias, esas que vienen para mostrarme mis limitaciones y lo mucho que necesito, soltar las amarras que me unen a personas que no me corresponden. Entonces una brizna de ti aparece de manera mágica, quizá porque la muerte me recuerda que es la única certeza que tenemos, por mucho que cambien las circunstancias a lo largo de vida. Misteriosamente tu aura de ángel parece rosar mi intuición aún por desarrollar. Se trata de un segundo apenas perceptible, mientras un nudo se ata a mi garganta retorcida por el peso de alguna injusticia, como aquella que te arrebató la vida a sólo días de nacer. Te había esperado con ilusión, ibas a ser mi hermano menor, compartiríamos juegos, experiencias y una vida que, en la adultez, incluso de viejos, nos encontraría juntos, abrazados alrededor de una hoguera en días de invierno, compartiendo el té, conversando lo justo, sonriendo de manera cómplice, abandonando la pena sobre una hamaca hasta hacerla dormir. Ibas a ser mi cómplice, un amigo, un poco hijo a veces, otras un poco padre, ibas a reír al comparar el parecido de nuestras narices y al chequear algunos rasgos de personalidad, esos que nos hacen vivir la burla y hasta la discriminación. Entiendo querido hermano, que la ausencia prolongada, despierta nuestras ilusiones y nos lleva a idealizar a quienes nunca tuvimos. Tanto así, que a veces sientes más amor por un familiar que te abandonó desde siempre, que por quien lo ha dado todo, desnudando hasta sus errores. Por eso, cuando escribo este texto, lo hago consciente de mis carencias, de los sueños truncados por tu partida y el vacío de afecto que llevo grabado en el ADN. Pero olvidando aquello, me quedo con la pregunta, tan manoseada y repetida por la gente: ¿Por qué tú? ¿Por qué, cuando tenías una vida por delante?, mientras tantas personas ruegan a su Dios, para que acabe el suplicio de su larga existencia. Son los misterios que desearíamos descifrar y para los que ciertamente necesitamos humildad; la humildad de asumir que aquello que nos fue dado, en cualquier momento lo podemos perder, como ese instante fugaz, cuando me rosa la pluma de tu ala de ángel, trayéndome la brisa sutil de tu vuelo, ese vuelo bajo, que emprendiste para saludarme y traerme consuelo, en medio del azul de tu aura luminosa, mientras todo parece caerse a pedazos y vuelvo a sentir que somos hermanos, que quedaron cosas pendientes entre nos: como jugar, hablar tonterías, reír o llorar sin necesidad de nada, sin explicaciones ni tiempo, sin cadenas, como en aquel lugar en donde vives, en donde nada ni nadie, puede detener tu vuelo. 

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