La culpa




Por Roxana Heise


Últimamente una palabra, ha dado vueltas entre los corredores de mi pensamiento; se trata de la culpa, esa inoportuna que viene sin ser llamada y que de pronto, a cualquier hora del día, toma protagonismo en tu vida, permitiéndote en algunos casos reflexionar en torno a aquello que debes cambiar, algo necesario para seguir avanzando sin convertir la vida en una tragedia griega, madurando acorde a la edad y la experiencia, dejando que tu historia tome forma, como pequeñas piezas de rompecabeza. Pero; ¿Qué ocurre con la culpa que corroe por dentro como un cáncer? Esa culpa, herencia judeocristiana que va demoliendo lentamente las simientes del amor propio, quitándote la fuerza como a sansón la melena, haciéndote ver lo peor de lo peor, cegándote de todo intento por reivindicar ante la vida todo cuanto eres, ante una posible nueva oportunidad. Parece ser que la culpa, cumple un objetivo que si no sueltas se convierte en vicio, ensuciando aquello que aparentemente querías limpiar al rumiar una y otra vez tus equivocaciones sin lograr sosegarte. Ahora; alguien puede preguntarse: ¿Qué tiene todo esto que ver con el autocuidado? En mi modesta opinión, tiene muchísima relación; no es posible construir una casa sobre cimientes frágiles. Lo que hemos sido, lo vivido, aún a fuerza de dolor o arrepentimiento, es lo que nos configura en nuestro ser particular y esa manera propia de enfrentar la realidad no sería la misma sin toda la experiencia, buena y mala. ¿Qué hacer entonces con la culpa? Es una tremenda pregunta. Intentaré retomar el tema no sin antes sugerirte que si la culpa vuelve a visitarte, la recibas en casa, la invites a tomar asiento, el tiempo suficiente para un café y luego, debes armarte de valor y pedirle que se marche, porque una noche con ella, puede ser demasiado tiempo.








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