Soltar el control y aceptar lo inevitable

 


Hoy dejo que una hebra de silencio se quede conmigo, mientras recuerdo las veces, no pocas, en que he intentado controlar todo cuanto me ocurre, en un afán exitista quizá, bastante torpe, pensando o sintiendo que en cada acto de la vida debemos lograr un "buen resultado", asumido este último, como aquel que más tranquilidad o satisfacción da y que se siente en el corazón como un masaje de ángeles. Es precisamente en este punto, que nos podemos sentar a reconstruir ese mundo imaginario, heredado de una sociedad competitiva, infantilizada, que no sabe perder y ha puesto el éxito individual por sobre el bien común o la colaboración entre personas. Me quedo con esta hebra de silencio, la recojo, noto que tengo un ovillo en mis manos al que doy forma, porque quiero tejer algo abrigado, con esta sensación que he tenido, de haber fracasado en el intento de controlar mi vida con la precisión de un cirujano que no puede equivocarse.

Voy tejiendo y destejiendo aquello que se enreda, como esos sueños que se quedaron pegados al exceso de control, ese que a ratos me permite trabajar con eficiencia, a riesgo de volverse un talón de Aquiles, porque pese al control que he tenido sobre mis emociones y muchas cosas que dependen exclusivamente de mi propia reacción, he perdido reiteradamente eso que todos perdemos: la posibilidad real de controlar lo incontrolable, de evitar esos "imponderables" que aparecen de pronto, cuando estamos a punto de concretar un plan y viene una lluvia de hechos, que apaga el fuego de la hazaña que estamos a punto de consumar. Entonces todo es frustración, tristeza, culpa o incluso una extraña sensación de escozor y en los casos más graves de indefensión, por haber perdido la partida. Es que simplemente no podemos contra la naturaleza de las cosas, menos si se trata de la conducta ajena y por más que nos pese, nuestra historia inevitablemente se entreteje, con hechos vinculados a la historia de los demás. ¿Qué hacer entonces?; ¿enrabiarse con el mundo, con el día a día, con la gente? Quizá sí un poco, lo suficiente para que no duela tanto, siempre y cuando esa rabia se vaya a encender el fuego a otro lugar, para después permitir que en silencio nos acerquemos a este misterio llamado vida, en donde es preciso comprender muy íntimamente: que hay cosas que debemos evitar, situaciones que afrontar, decisiones que tomar y hasta personas que olvidar. Lo que depende de nosotros es nuestra responsabilidad, el resto de cosas, todo aquello que no podemos manejar, nos invita a respirar profundo, a seguir enhebrando la vida con el hilo firme de la experiencia, para darle forma a este chal que envuelve cálidamente y nos recuerda que somos simples seres humanos, haciendo cuanto podemos en esta existencia, para superar las penas, enfrentar las dificultades y lograr ser cada día un poquito más felices.

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