Lo que nos revela la soledad
De pronto ocurre que todos se han marchado, no todos físicamente en realidad, pero los que quedan, parecen habitar un planeta distinto, en donde no tienes cabida posible, y te preguntas: ¿Qué hago aquí? El golpe existencial de la respuesta empieza a girar alrededor de tu cabeza como mil pájaros revoloteando, buscando el momento de ascender por sobre tu estatura para emprender un vuelo que desearías experimentar con ellos e irte quizá a algún lugar, en donde los desconocidos lo sean en toda su amplia manifestación. Es que la soledad no pasa desapercibida; es una especie de sentencia tácita para cada uno de nosotros. La soledad es la inspiración del artista, el remanso de paz del que escribe, es el medio sublime de alcanzar la cima del yo extraviado en un viaje fantástico, cuando la realidad amenaza con destruirnos. Mirado así, quizá la soledad sea más bien una bendición, una suerte de encantamiento con la propia experiencia, con esas historias que hemos ido tejiendo, a veces con torpeza, pero con insistencia. La soledad nos muestra nuestro verdadero rostro en el espejo de su mirada, nos arrulla y nos condena a la vez, porque entendemos que la vida es un regalo prestado, de un segundo que volvemos eterno. La soledad realmente, puede volverse un grito de auxilio o de libertad, depende cuan dependientes seamos de los otros. A veces la soledad se torna molesta, inoportuna, porque no hay cosa peor que una soledad compartida entre personas, especialmente si cubren sus rostros con la máscara de la mentira o la indiferencia. ¿Qué nos impide asumirla entonces? Es que ella nos lleva el desafío de descubrirnos el rostro, de liberar esas mentiras que nos contamos, cuando las cosas se tornan difíciles y realmente no queremos, no deseamos asumir que así de duro sea todo, porque la verdad puede ser un mazazo en plena memoria, para decirnos: “mira, este es el caos de tu vida” o peor aún: “esta ciudad destruida es todo cuanto quedó de aquello… Ven a caminar sus ruinas para que puedas aceptarlo."
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