¿Cómo sanar después de la traición?

 

   


       Por Roxana Heise


       Hay momentos en la vida en que caminamos en medio de una densa neblina, avanzamos casi ciegos, pero impelidos por nuestra propia naturaleza a través de aquellos tramos de la existencia que desearíamos borrar de una pincelada, como el artista sobre un lienzo fresco, para no experimentar la desazón de recordar: que hemos sido usados para algún propósito particular, porque nos jugaron feo, fuimos simples peones de ajedrez en alguna jugada magistral, o peor aún, logramos tomar conciencia de todo el tiempo que vivimos sin siquiera percatarnos de una traición. Quienes nos hacemos viejos, tenemos la experiencia de haber transitado más de una vez por ese  oscuro túnel de la mentira. No necesariamente se trata de situaciones de parejas, a veces es algún familiar o simplemente un amigo, aquel o aquella que nos apuñala por la espalda. Sabemos que esa oscuridad, por triste que sea, finalmente tiene la función de transformarnos y es esa mutación la que nos mantiene vivos, permitiéndonos desarrollar nuevas herramientas o adaptar las ya conocidas, para enfrentar la nueva crisis. La pregunta de rigor es: ¿por qué quienes dicen amarnos, nos exponen a situaciones dolorosas y hasta maquiavélicas?, es algo que nunca entenderemos del todo. Como siempre, habría que intentar algo poco aconsejable, como entrar en la psiquis del otro, exponiéndose a más toxicidad. Lo mejor es sosegarse, mirarse en ese espejo que habita en el fondo de nuestra humanidad, mirar la vulnerabilidad de esa hoja a punto de desprenderse del árbol, que está transitando a una nueva estación del año, con todo el dolor del crecimiento.

   Los filósofos estoicos nos hablan de la traición y la forma como podemos afrontarla: lo primero es centrarnos solo en lo que está bajo nuestro control, considerar las virtudes de la justicia, la valentía y la templanza, como nuestras sabias aliadas en momentos de adversidad, mantener la serenidad pese a las heridas que nos provocaron y por último; lo más difícil, pero necesario, asumir la existencia de las debilidades humanas y perdonar, siendo ese perdón un bálsamo sanador, que no implica ignorar los actos de otros, simplemente es librarse de la ira, es aflojar el odio hasta que nos abandone, para que fluya lentamente como río de lodo hasta lugares lejanos, porque cuando el tiempo pasa, la paz se hace presente tras la tormenta y el agua cristalina de la compasión lava nuestras conciencias y nos concede nueva vida de manera casi misteriosa. Entonces, al fin podemos mirar claramente: nos quitamos la venda de los ojos, apreciamos la humanidad de otros y de nosotros mismos, sin distorsiones, sin velos ni expectativas. Finalmente, corresponde enfrentar la cruda realidad; una realidad que nos pide mirar nuestras flaquezas, nos obliga a querernos y a perdonarnos, por haber sido burlados, por habernos expuesto a situaciones, que en el fondo sabemos ya no volverán a repetirse.

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